Líbano Medio Oriente

Política y basura en las calles de Beirut

El volante que promueve la marcha del próximo sábado. La consigna es «Mostamerun» («Vamos a seguir»). La protesta contra la basura esconde motivaciones políticas profundas y hace referencia al proceso de crisis interno y externo que vive el país.

Durante el último mes, los ánimos han estado bastante caldeados en Beirut. En julio, cuando las temperaturas promedio alcanzan los niveles más altos del año, unos 30 grados centígrados, la capital se llenó de un olor nauseabundo: los empleados de Sukleen, la compañía privada que se ocupa de la recolección de residuos desde 1994, dejó de realizar sus tareas. El problema, ciertamente, no afecta únicamente al municipio de Beirut, sino también a la gobernación de Monte Líbano, ya que esta empresa era responsable de la recolección de entre tres mil y cuatro mil toneladas diarias de desechos en ambos distritos. Las acusaciones cruzadas no tardaron en llegar:

  • El ministro de Ambiente, Mohamad Mashnouk, y otros políticos, dijeron que Sukleen intentaba coaccionar al gobierno para forzar un aumento en la paga por el servicio mientras se encontraban renegociando el contrato.
  • La empresa, por su parte, decía que estaba impedida de trabajar porque, por un lado, se decretó la caducidad de los contratos de recolección de basura y, por el otro, el cierre del único relleno en la localidad de Naameh tampoco cooperaba con la situación, ya que no había donde colocar los desechos.

Las protestas de los ciudadanos se estaban desarrollando pacíficamente, pero la del miércoles pasado fue una excepción: tuvieron lugar enfrentamientos con la policía, que reprimió duramente a los ciudadanos; una de las personas tuvo que ser hospitalizada por los golpes. Vale la pena ver el video haciendo clic aquí. Una fan-page en Facebook, «Talaet Rihetkon» («Tienen Olor») llegó a las treinta y cinco mil adhesiones en escasas horas. Esta agrupación, que ahora reclama para sí los heridos en la marcha como víctimas de su causa y firma la convocatoria a una próxima protesta el sábado que viene, ha asumido la representación de este movimiento, cuyos límites están superando las demandas por la acumulación de desechos en las calles.

Un empleado de Sukleen junto a montañas de basura que se acumulan en la ciudad.

Pero, ¿por qué la gente clama «¡libertad, libertad!», en una marcha sobre la basura?

Porque la basura es el candado que anuda un ciclo prolongado de conflictividad política: de diputados que extienden por cuatro años sus mandatos y no sesionan, de un presidente que debía ser elegido en mayo de 2014 cuyo cargo está aun vacante, de un numeroso gabinete de ministros que no puede tomar decisiones de fondo porque su estabilidad pende de un hilo. Todo esto, con los militantes de Estado Islámico ad portas, y más de dos millones de refugiados sirios de los cuales la comunidad internacional se ha desentendido económicamente. La crisis de la basura es la excusa que agrupa a los manifestantes bajo una causa que, a trasluz, es política, porque están denunciando a quienes ejercen el poder. La gente ya no quiere irse a su casa sin más. Ya no quiere obedecer.

En un artículo nuestro de hace algunos años atrás, mencionábamos que la crisis de las instituciones políticas libanesas no podría resolverse sin una reestructuración profunda de su sistema de partidos. La emergencia de los dos bloques de alianza, «8 de Marzo» y «14 de Marzo», de algún modo fue un primer paso, aunque insuficiente, para resolver la dispersión partidaria. Quedan todavía los desafíos del caudillismo y las prebendas. La unidad de los libaneses, herida no solo por las contradicciones inherentes del sistema sino también por los vestigios de la guerra civil, afirmábamos, necesita no solo de la recuperación de la memoria histórica sino de la emergencia de movimientos populares que reúnan a personas de diferentes sectores políticos, sociales, económicos y religiosos con causas amplias que atraviesen a la sociedad civil: poníamos como ejemplo los reclamos por el matrimonio civil, los derechos de los homosexuales y las demandas de protección de trabajadoras extranjeras. Hoy, la cuestión de la basura emerge como una crisis capaz de cristalizar un movimiento popular que enfrente a la clase política y tenga vocación de tomar las calles y hacer valer sus demandas.

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Imagen de una de las protestas que se estuvieron llevando a cabo contra la basura.

Hace algunas semanas, en Beirut, tuve la dicha de ver en primera persona el funcionamiento de la «Mesa de Diálogo Ciudadano», que incluye a más de cincuenta ONG libanesas. Emerge allí la disputa política y la vocación por el poder, que, lejos de ser un problema, es señal de buen camino. ¿Habrá llegado la hora?

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