
El Líbano vive momentos de profunda inestabilidad. El miércoles de la semana pasada, Hassan Nasrallah, el líder de Hezbolá, reconoció la «amistad» que une a su agrupación con el presidente sirio Bashar Al-Assad. En ese contexto, anunció el compromiso que la agrupación partidaria tiene con la subsistencia del gobierno de Damasco y afirmó que no dejaría que Siria cayese en manos de Estados Unidos, Israel y la jihad islámica (sunita, por supuesto). Decidió, sin embargo, no ampliar la exposición cuando le tocó hablar sobre los medios que emplearían para auxiliar al presidente Assad a permanecer en el poder, afirmando que dejarían la explicación sobre el asunto «para más adelante».
Lo cierto es que Hezbolá ha estado involucrado en el conflicto en Siria desde el principio, apoyando al oficialismo. Desde el inicio de la guerra civil hasta ahora, habiendo pasado poco más de dos años, más de cien combatientes de Hezbolá perdieron su vida en territorio sirio. Hezbolá, un partido integrista con un alto nivel de organización y con simpatías mayoritarias entre los musulmanes chiitas libaneses y fortísimos vínculos con el gobierno de Teherán, es, desde hace dos décadas, el único partido político en ese país cuyos miembros están autorizados a armarse, aparentemente, «contra el ocupante israelí». De allí que utilice este armamento con un novedoso fin, que es defender al gobierno de Assad.

En junio pasado hubo rondas de diálogo lideradas por el presidente Sleiman donde se reunieron las dos grandes coaliciones políticas libanesas: 8 de Marzo y 14 de Marzo; Hezbolá es uno de los socios principales de la primera. Allí, en la «Declaración de Baabda», que Hezbolá firmó, se establece, en su apartado 12, que los partidos políticos libaneses, en pro de favorecer la estabilidad del país, no se verían involucrados en conflictos regionales que pudiesen tener repercusiones negativas en el territorio nacional. Las declaraciones de Hezbolá sobre este asunto tan sensible y, lo que es peor, las acciones que encara en Siria, constituyen violaciones a los principios acordados en estas rondas.
La crisis que provocó la caída del gobierno del premier Miqati el mes pasado fue particularmente difícil, dada la cercanía de las elecciones nacionales parlamentarias previstas para junio y el proceso de debate de circunscripciones y cierre de listas para esos comicios. Entonces, el ministro de Interior y Municipalidades Marwan Charbel, miembro del Frente Patriótico, aliado a Hezbolá, propuso atrasar las elecciones «un par de años». Casualmente fundamentó este pedido… ¡en nombre de la estabilidad nacional! Evidentemente, o bien Michel Aoun está de acuerdo con esto o su Frente Patriótico está siendo instrumentalizado por Hezbolá. Creer que lo segundo sucede sin que Aoun obtenga algún beneficio resulta ridículo. Quedó de manifiesto en esa crisis el escaso afecto que el 8M tiene al debate y la participación ciudadana. Además, deja entrever que le tienen miedo a las urnas. El rumor político más fuerte indica que, si las elecciones fueran hoy, no lograrían retener los favorables números que poseen en la Asamblea Nacional.

De todo esto podemos concluir que el compromiso que tiene Hezbolá con los libaneses es más bien reducido… o incluso inexistente. Tendrá compromisos con los militantes de su partido, o con la población chiita injustamente discriminada durante tantos años, a la que dice representar, pero no con los libaneses. Y, por más que quisiera, los hechos demuestran que no está preparado para hacerlo. Le falta visión nacional, integradora, más generosa y tolerante con las opiniones distintos.
En definitiva, Hezbolá lo tuvo todo. Ganó el reconocimiento de propios y ajenos con su lucha persistente y por momentos solitaria contra el ejército israelí. Hoy lo ha perdido, invirtiendo el favor público que obtuvo como fruto de aquel sentir patriótico en intereses propios y arrastrando a sus adeptos a un conflicto ahora regional y que promete prolongarse por un tiempo más.