Argentina Medio Oriente Política: teoría y praxis

Sarmiento y sus desiertos

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camino a San Juan, Sarmiento omnipresente (archivo personal)

Hace algunos días estuve de viaje en San Juan. Desde el momento en el que puse un pie en la provincia, la imagen de Sarmiento parecía omnipresente en esa geografía cordillerana en la que el «Maestro de América» había dado sus primeros pasos. No sin intencionalidad, esa y otras tantas zonas amplias del país, casi deshabitadas, habían sido calificadas de «desierto» por el cuestionado prohombre. Buscaba un paralelo entre las soledades argentinas y las planicies árabes.

De hecho, uno de los recursos iniciales de Sarmiento, al comenzar «Facundo» (1845), consistió en asociar la barbarie del desierto argentino al exotismo sahariano. Al mismo tiempo, la actitud de Occidente ante el exotismo es siempre de cuestionamiento (el habitual frente a lo distinto, lo extraño) y en muchas ocasiones, también se busca constituirlo en otredad amenazante (Levi-Strauss), siendo esta la intención de Sarmiento.

El punto de partida de la asociación entre barbarie y exotismo la realiza a través de los textos del conde de Volney que menciona en el clásico de la literatura nacional mencionado: “esta extensión de las llanuras imprime, por otra parte, a la vida del interior, cierta tintura asiática que no deja de ser bien pronunciada. Muchas veces, al ver salir la luna tranquila y resplandeciente por entre las hierbas de la tierra, la he saludado maquinalmente con las palabras de Volney, en su descripción de las Ruinas: ‘la luna llena se elevó en el este, sobre un fondo azulino, en las llanuras junto al Éufrates’ . Y en efecto hay algo en las soledades argentinas que trae a la memoria las soledades asiáticas, alguna analogía encuentra el espíritu entre la pampa y las llanuras que median entre el Tigris y el Éufrates, algún parentesco en la tropa de carretas solitaria, que cruza nuestras soledades para llegar al fin de una marcha de meses a Buenos Aires, y la caravana de camellos que se dirige hacia Bagdad o Esmirna” . Sarmiento, al poner en paralelo a los desiertos levantinos con las llanuras argentinas, no hace más que aplicar de manera transitiva las cualidades de aquel a este: las soledades, la incertidumbre, el vacío, lo extracotidiano, en definitiva, la irreverencia de no formar parte del mundo, o al menos no del verdadero, del deseable.

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entrada a la casa-museo de Sarmiento, ciudad de San Juan

El país concebido por Sarmiento era un desierto porque era concebido como ausencia, como espacio vacío. Era esa contradicción de lo vacío que debe ser llenado con el modelo civilizatorio de Europa o Estados Unidos. Y así como Mahoma y Tamerlán son hijos de aquel desierto, este también tiene los suyos: son Rosas y sus caudillos. Mientras la Europa del siglo XIX es la de la modernidad, la ley y la cultura, los desiertos de Arabia y África son la persistencia del medioevo, el despotismo y el fanatismo religioso. De este modo, logra instalar una idea-imagen efectiva sobre lo que, según él, somos y aquello que debemos ser. Rosas, lo sabía, sería parte indeleble de la historia nacional, pero jamás podría representar el progreso: su violencia exacerbada, su personalidad rudimentaria y el apego por hacer imperar su voluntad por sobre cualquier otra, por más razonable que sea, lo convertían, usando una vez más la imagen “asiática”, en el Esfinge Argentino, esa caprichosa figura a la entrada de los palacios, porque El Tirano era “mitad mujer por lo cobarde, mitad tigre por lo sanguinario”.

La utilización de la idea-imagen del “desierto” como un modo de legitimar políticamente a una clase social que se proclama depositaria de los valores del progreso y la civilización. Era necesario el apuntalamiento de la burguesía a causa del surgimiento de los Estados nacionales, afirma Maristella Svampa en «El dilema argentino» (2010). Lo mismo, en palabras de Scavino, cuando sostiene que, en los textos sarmientinos, «las dos geografías se enfrentan: los ríos húmedos y las distancias secas; una Argentina fluvial, comercial y civilizada y otra inhóspita, pastoril y bárbara» (Barcos de la Pampa, 1993).

Mirada severa...
La mirada aguda de don Sarmiento sobre la Argentina que es realidad y proyecto…

El Sahara nos da un ejemplo. Donde los demás ven desolación y vacío, el beréber tiene allí su espacio cotidiano, que no necesita de un nombre específico: sahara (صَحراء) es la voz árabe para designar tanto al desierto de modo genérico como al Sahara (nombre propio) en cuestión. Aparentemente, sahara hace referencia última al color rojizo de la arena, mientras que desierto, en su forma latina desertum, tiene sus raíces en desero, es decir, aquello echado al abandono. Para los romanos era vacío, mientras que para los árabes aludía a los colores de su entorno. Entonces, estas aproximaciones dependen del cristal con el que se las mire: donde unos no ven nada, otros descubren un mundo.

Todos esos días hice el esfuerzo por entender al Cuyano en su contexto temporal y espacial, porque Sarmiento era un hombre de armas tomar y, como todos los de su condición, resulta polémico. Hoy  es un personaje juzgado severamente muchas veces a través de epítetos panfletarios y no por la lectura concienzuda de sus textos. Sarmiento, hijo de su tiempo, tenía una visión del país que adelantaba varias décadas y hacía eje en la regeneración cultural, la modernización industrial y la educación, todo esto construido en base a modelos occidentales clásicos. Ese modelo era, asimismo, cruel con el indio y el gaucho y refractario a la cultura «nacional». Esto no constituye un impedimento para valorar alguna forma de aporte, más allá de la falta de acuerdo que pueda existir sobre el Sarmiento como arquetipo que nos propone la vieja historiografía oficial.

2 comentarios

  1. Excelente Said, sin duda el hombre más polémico de la historia argentina. Sarmiento siempre va a tener defensores y detractores, pero no se puede negar que fue uno de los que hizo grande este país.

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